Cuando hablamos de organización comunitaria solemos pensar en asambleas, reglamentos, comités y decisiones prácticas. Sin embargo, hay otra fuerza silenciosa que sostiene el tejido social: la ternura. Esa capacidad de mirar al otro con atención, de reconocer vulnerabilidades y de responder con cuidado, es también una forma de organización. Aunque muchas veces queda invisibilizada, sin ella ninguna estructura dura demasiado.
El cuidado como base de la comunidad
En la vida cotidiana de los barrios, plazas y espacios compartidos, los gestos de cuidado son más frecuentes de lo que pensamos. La vecina que riega las plantas comunes, el amigo que ofrece aventón, la persona que prepara comida extra “por si alguien llega”, o quien cuida a los hijos de otro mientras trabaja. Esos actos no siempre tienen nombre formal, pero organizan silenciosamente el flujo de la vida comunitaria.
Cada vez más se reconoce que el cuidado no es un acto aislado, sino un componente esencial de la vida colectiva. Lo que antes parecía una “ayuda voluntaria” se entiende hoy como una práctica que sostiene a las sociedades y como un fundamento para modelos de organización más justos y equitativos.
La ternura como forma de resistencia
En un mundo atravesado por el individualismo y la prisa, detenerse a cuidar de alguien más es un acto disruptivo. La ternura rompe con la lógica de la eficiencia inmediata y apuesta por la construcción de lazos a largo plazo. Una comunidad que se organiza desde el cuidado difícilmente deja atrás a los más frágiles; justamente ahí radica su fuerza.
Ejemplos de esto abundan: redes vecinales que se organizan para acompañar a personas mayores, huertos urbanos donde el trabajo colectivo no solo produce alimento, sino también confianza, o grupos de crianza compartida que alivian la carga de las familias jóvenes.
De la plaza al barrio: el cuidado en lo cotidiano
En espacios públicos como plazas, jardines o coworkings comunitarios, el cuidado también se manifiesta en pequeños detalles. Que alguien recoja la basura aunque “no le toque”, que se comparta una mesa de trabajo, que haya una persona pendiente de quienes llegan por primera vez: todos son gestos que, sin manual de procedimientos, crean un ambiente de confianza.
Gran Atrio, por ejemplo, ha sido testigo de cómo el cuidado entre locatarios y visitantes genera una atmósfera distinta: más que un lugar de consumo, se convierte en un espacio de encuentro. Allí, la sustentabilidad y lo pet-friendly no son solo etiquetas, sino expresiones concretas de una comunidad que entiende que cuidar a otros —sean personas, animales o el planeta— es también cuidarse a sí misma.
Al final, la organización comunitaria no depende únicamente de estructuras formales, sino de la capacidad de poner en el centro a quienes la conforman. La ternura, lejos de ser un detalle menor, es una estrategia poderosa: organiza sin imponer, sostiene sin protagonismo y construye futuro desde lo cotidiano. Quizá la verdadera pregunta no sea si los cuidados pueden transformar la vida comunitaria, sino cuánto tiempo más tardaremos en reconocer que ya lo están haciendo.
Fuentes utilizadas para la realización de este blog
- Tronto, Joan. Moral Boundaries: A Political Argument for an Ethic of Care. Routledge, 1993.
- Pérez Orozco, Amaia. Subversión feminista de la economía. Traficantes de Sueños, 2014.
- Fraser, Nancy. “Contradicciones del capital y cuidados sociales.” Nueva Sociedad, 2016.